Dentro del “Iberian Tour”, y con los imponentes The Troops of Doom como cabezas de cartel, desde Templario del Metal no podíamos dejar pasar la oportunidad de asistir a una de las citas programadas.
Portugal fue el escenario escogido para vivir una noche
memorable junto a tres grandes bandas. En Lisboa, la sala RCA Club acogió las
actuaciones de Black Hill Cove y Sacred Sin, ambas formaciones portuguesas, y
cerrando la velada, los brasileños The Troops of Doom, liderados por el
guitarrista Jairo “Tormentor” Guedz, miembro de la formación original de
Sepultura.
Ya desde primera
hora, los alrededores de la sala comenzaban a llenarse de seguidores dispuestos
a no perderse esta parada del “Iberian Tour”. La excelente organización del
evento hacía presagiar una noche intensa y cargada de metal del bueno.
A la hora prevista,
Black Hill Cove fueron los encargados de abrir el concierto. La banda, formada
por músicos con una extensa trayectoria en grupos como Painstruck, Grakapo,
Grog, We Are the Damned, Switchtense y Fonte, ofreció un directo potente con temas
de sus discos “Broken” y “Ex Tenebris Vita”, además de alguna sorpresa que se
revelaría más adelante.
Sin dar tregua,
arrancaron con “Where Are We Boy?” y encadenaron “Angels Fall”, “The Wolf” y
“Broken Pieces”, todas ellas de su álbum debut “Broken”. La intensidad y
solidez del grupo dejaron claro por qué este trabajo, editado por Raging Planet
Records en 2021, recibió críticas sobresalientes y fue elegido Álbum del Mes
por Caminhos Metálicos, además de aparecer en varias listas de lo mejor del
año. Y esa fuerza se hacía notar en cada compás.
El público,
totalmente entregado, recibió con entusiasmo “This Life Won’t Take Me Down”,
del más reciente “Ex Tenebris Vita”. La banda desplegó una actuación feroz y
precisa, con una energía que se trasladaba de inmediato a una sala repleta y
cargada de adrenalina.
La intensidad subió aún más con “Into the Abyss”, un nuevo single que ofreció uno de los momentos más especiales del concierto: la aparición en directo de Ana Cristina Carvalho, habitual responsable de las voces femeninas en los discos de la banda. La canción, adictiva y emocionalmente sobrecogedora, arranca con una letra sombría y una atmósfera febril que estalla en riffs ásperos y cortantes. Rui Correia desgarra cada verso con una fiereza cruda, mientras que la voz de Ana introduce un contraste melódico desolador.
Su regreso en el tramo final eleva el tema junto
a un solo de guitarra cautivador, sin perder nunca su halo de oscuridad y
desesperación. También debutó esa noche Ricardo Oliveira, completando así un
momento inolvidable para los presentes.
El concierto
continuó con “Deceiver”, “The Calling” y “Eternal”, un recorrido por distintos
matices y géneros sin perder la identidad propia de Black Hill Cove. Su sonido
claro, compacto y contundente hacía vibrar a un público que no dejaba de
responder con entusiasmo.
Para cerrar la
actuación, interpretaron “No Escape” y “The Hunt”, recibidas como auténticos
himnos. Ambos temas mostraron a una banda madura, ambiciosa y unida, con un
repertorio sólido y una presencia arrolladora sobre el escenario.
En resumen, Black Hill Cove arrasaron con una actuación demoledora, cargada de técnica, entrega y emoción. Una apertura de lujo para una noche que prometía y cumplió con creces.
Si Black Hill Cove
dejaron el listón por las nubes, Sacred Sin no tardaron en demostrar que
estaban a la altura. La mítica banda portuguesa de death metal, fundada en 1991
en Lisboa y considerada una de las formaciones más influyentes del metal
extremo en el país, tomó el relevo con una fuerza abrumadora. A lo largo de su
trayectoria han fusionado death metal clásico con influencias black y pasajes
melódicos u oscuros, dependiendo de cada época, y su directo ofreció un repaso
impecable a esa evolución. Con José Costa —fundador, guitarra y voz— al frente,
la banda ofreció una actuación sólida y memorable que dejó huella en todos los
presentes.
El público, ya
totalmente entregado, recibió de inmediato la primera descarga: “Cursed”,
perteneciente a Storms Over the Dying World (2022). El tema irrumpió como un
torbellino, con riffs tensos y una batería que marcó un ritmo implacable desde
el primer segundo. Los blast beats iniciales fueron como un latigazo colectivo
que dejó claro que Sacred Sin no venían a templar ánimos, sino a arrasarlo todo
desde el primer acorde.
El viaje continuó
hacia uno de los pilares de su historia con “Eye M God” (Eye M God, 1995). Los
seguidores de larga data lo reconocieron al instante, reaccionando con un
rugido que llenó de energía la sala. Aunque es un tema más crudo y visceral en
su producción original, en directo sonó renovado y poderoso, sin perder su
esencia primitiva. José Costa desgarró cada línea vocal con una intensidad
magnética.
La atmósfera se
tornó sombría con “Storms Over the Dying World”, una pieza envolvente, lenta y
cargada de dramatismo. Las guitarras crearon un muro sonoro denso, mientras la
sección rítmica marcaba un pulso casi ceremonial. Fue uno de los momentos más
introspectivos del concierto: una especie de tormenta emocional que mantuvo a
la audiencia completamente hipnotizada.
El tono volvió a
endurecerse con “False Deceiver”, donde la banda mostró su faceta más directa y
abrasiva de los últimos años. Los cambios de ritmo y los breakdowns incendiaron
el mosh pit, convirtiéndolo en uno de los instantes más salvajes de la velada.
La ejecución fue milimétrica: guitarras cortantes y una batería demoledora que
mantuvo la tensión al límite.
La oscuridad ritual
llegó con “The Chapel of Lost Souls” (Darkside, 1993), uno de los cortes más
venerados por los seguidores clásicos. Bastaron sus primeras notas para desatar
un coro unánime. Con su aura casi litúrgica, el tema sonó como una invocación;
las guitarras cargadas de eco y dramatismo crearon un ambiente gótico que el
público abrazó con devoción.
El tono cambió de
nuevo con “Midnight”, un tema reciente cargado de melancolía y solemnidad. En
directo se sintió como un respiro emocional dentro del vendaval sonoro de la
noche, ofreciendo un momento de introspección sin renunciar a la contundencia
que define a la banda. Las líneas melódicas de guitarra contrastaron de forma
elegante con la voz profunda de Costa, dando lugar a uno de los momentos más
emotivos de la actuación.
La ferocidad volvió
a desatarse con “Ghoul Plagued Darkness”, un adelanto del futuro de Sacred Sin.
Rápido, agresivo y devastador, mostró a una banda rejuvenecida y con un sonido
más despiadado que nunca. El público respondió con el pit más grande de toda la
noche, impulsado por riffs que parecían un motor desbocado y una batería casi
sobrehumana. Un anticipo prometedor de lo que está por venir.
El regreso a los
orígenes llegó con “Darkside”, un clásico inmortal que encendió la sala desde
el primer riff. El público lo gritó, lo vivió, lo celebró. La interpretación
mantuvo ese espíritu crudo y directo del death metal europeo de los noventa,
pero con la fuerza y claridad que permiten las producciones actuales. Un puente
perfecto entre pasado y presente.
Finalmente, la banda
cerró con solemnidad y fuerza con “Seal of Nine”, un tema cargado de atmósferas
densas, agresividad contenida y un aura casi mística. Con un tempo ligeramente
más lento, construyeron un crescendo oscuro que envolvió al público hasta el
último acorde. Un final ceremonial, profundo y espiritual que dejó la sala en
silencio unos segundos después de su conclusión.
En resumen, Sacred Sin ofrecieron una actuación que fue mucho más que un concierto: un recorrido por tres décadas de evolución, oscuridad, técnica y dedicación absoluta al death metal. El público respondió con una entrega total, consciente de haber sido testigo de una noche especial. Sacred Sin no solo siguen vivos: siguen creciendo, transformándose y rugiendo con una fuerza que pocos grupos de su generación conservan.
Con el listón ya
altísimo tras las actuaciones anteriores, llegó el turno de The Troops of Doom,
una de las propuestas más potentes, sinceras y renovadoras surgidas de Brasil
en los últimos años. Formada en 2019 por Jairo “Tormentor” Guedz, histórico guitarrista
de la era primigenia de Sepultura —responsable de obras clave como Bestial
Devastation (1985) y Morbid Visions (1986)—, la banda nació con un propósito
claro: recuperar el espíritu crudo, oscuro y visceral del death/thrash de
mediados de los 80, pero dotándolo de una energía moderna y una producción
actual.
Desde su origen, The Troops of Doom ha buscado algo más profundo que un simple revival: revivir el fuego de los primeros tiempos del metal extremo sudamericano sin perder la visión artística contemporánea. Su estilo combina riffs afilados, afinaciones densas, estructuras veloces y un ambiente ceremonial que remite a los “primeros Sepultura”, Possessed y los cimientos del death metal old school. Sin embargo, lejos de ser una copia, trabajan las texturas y la narrativa musical con un enfoque propio que mezcla tradición y reinvención. A pesar de su juventud como proyecto, la banda ha logrado conectar con un público que anhela la autenticidad del metal extremo clásico, manteniendo siempre ese aura oscura y simbólica en sus letras, donde se entrelazan caos, misticismo y decadencia humana.
Ya desde horas antes de la apertura de puertas se percibía algo especial en el ambiente. Fans de distintas generaciones —desde veteranos que vivieron la primera ola del metal extremo en Sudamérica hasta jóvenes atraídos por el legado de Sepultura— se congregaban con la sensación de estar a punto de asistir a un ritual más que a un concierto.
Al entrar en la sala, la penumbra y las luces rojas creaban un clima casi ceremonial; los murmullos hablaban de discos, recuerdos y del regreso de Jairo como una figura legendaria encendiendo, una vez más, la llama original. La irrupción de la banda fue inmediata y contundente con “Act I – The Devil’s Tail”. El riff inicial rasgó la oscuridad como un látigo, deteniendo conversaciones y desencadenando la explosión de energía del público. El sonido era demoledor: batería que golpeaba el pecho, un bajo de carácter infernal y una voz profunda que dominaba la sala. Un inicio apoteósico.
Sin dar respiro, llegó “Chapels of the Unholy”, más directa y brutal. Los riffs eran auténticas cuchilladas y la batería un martillo implacable. La sincronía entre los músicos evidenciaba la solidez del proyecto, y el público se convirtió en un solo cuerpo en ebullición, con los primeros pogos formándose de manera espontánea.
El primer gran estallido emocional llegó con “Bestial Devastation”. No hubo necesidad de presentación: apenas sonó el primer acorde, la sala respondió como si se tratara de un himno sagrado. Fue un momento electrizante, casi histórico para muchos seguidores que nunca habían podido vivir este clásico en directo. La conexión entre pasado y presente era palpable; por minutos, todo fue un torbellino frenético de cuerpos, gritos y metal abrasivo.
El concierto tomó un
giro más atmosférico con “Act II – The Monarch”, donde la banda jugó
magistralmente con silencios, transiciones y tensión. Las luces acompañaron la
interpretación, creando un ambiente casi teatral y demostrando que la propuesta
del grupo va mucho más allá del revival: es una expansión creativa con identidad
propia.
La intensidad volvió
a subir con nuevos temas cargados de velocidad y agresividad, desatando
constantemente a un público que ya surfearía sobre la multitud sin parar.
“Denied Divinity” profundizó en la faceta más death metal del grupo, con
guitarras siniestras y voces cavernosas.
Pero el clímax
absoluto llegó con “Morbid Visions”, uno de los himnos más influyentes del
metal extremo sudamericano. La reacción del público fue unánime: gritaron cada
verso como si participaran en un rito colectivo. La interpretación fue feroz,
precisa y absolutamente visceral.
Ya en la recta final, temas como “Dethroned Messiah”, “The Confessional” y “Dawn of Mephisto” mantuvieron la tensión ritualista, llevando al público entre momentos hipnóticos y explosiones de pura agresividad. Todo desembocó en un cierre imposible de superar: “Troops of Doom”, el clásico por excelencia.
Antes incluso de que comenzara, el público ya lo cantaba al unísono. Cuando finalmente arrancó, la sala enloqueció en un último estallido de fuerza, nostalgia y celebración. Fue una interpretación devastadora, reinterpretada con la energía de una banda que mira hacia el futuro sin renunciar a sus raíces.
Al finalizar, la sensación general era inequívoca: habíamos vivido algo más que un concierto. Fue una reivindicación del legado del metal extremo brasileño, una confirmación de su vigencia y una muestra de que la llama sigue viva gracias a bandas que, como The Troops of Doom, honran el pasado mientras esculpen su propio camino. Un cierre épico para una noche inolvidable. La herejía sigue encendida.
Y las tropas siguen avanzando, más fuertes que nunca.
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